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sábado, 17 de noviembre de 2012

El encuentro con la sombra


Quiero compartir este tema de la 'sombra' porque comentándolo con amig@s nos ha parecido interesante sacar del 'saco de lo inaceptable' aquello que ya va siendo hora de aceptar como parte integrante de todo lo que somos. Este término de sombra proviene de los estudios de Freud y C. G. Jung, brevemente podemos decir que es aquello que una persona no desea ser. Existen varios tipos de sombras aunque de momento comentar algo de la sombra personal da para escribir...libros. Sería posible resumir el tema anotando dos preguntas: ¿Qué es lo que te revienta de los demás? ¿Qué no soportas de los demás? Muy bien, ahí le has dado. Dale un abrazo a tu sombra porque tenéis muuuucho que contaros.

¿Qué me aportará prestar atención a mi 'saco de lo inaceptable'? Comprobadlo vosotr@s mism@s en los párrafos siguientes:

A los dos o tres años de edad todo nuestro psiquismo irradia energía y disponemos de lo que bien podríamos denominar una personalidad de 360°. Un niño corriendo, por ejemplo, es una esfera pletórica de energía. Un buen día, sin embargo, escuchamos a nuestros padres decir cosas tales como: «¿Puedes estarte quieto de una vez?» o «¡ Deja de fastidiar a tu hermano!» y descubrimos atónitos que les molestan ciertos aspectos de nuestra personalidad. Entonces, para seguir siendo merecedores de su amor comenzamos a arrojar todas aquellas facetas de nuestra personalidad que les desagradan en un saco invisible que todos llevamos con nosotros. Cuando comenzamos a ir a la escuela ese fardo ya es considerablemente grande. Entonces llegan los maestros y nos dicen: «Los niños buenos no se enfadan por esas pequeñeces» de modo que amordazamos también nuestra ira y la echamos en el saco. Esto no pretende ser una crítica a padres, madres o maestros, tan sólo una observación.

En la escuela secundaria nuestro lastre sigue creciendo. La paranoia que sienten los adolescentes respecto de los adultos es inexacta pues ahora ya no son sólo estos últimos quienes nos oprimen sino también nuestros mismos compañeros.

Al parecer, pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de nosotros mismos debemos meter en el saco y el resto lo ocupamos tratando de vaciarlo. En ocasiones, sin embargo, este intento parece infructuoso porque el saco parece que estuviera cerrado herméticamente. Hay un relato del siglo XIX que trata precisamente de este tema. Cierta noche, Robert Louis Stevenson despertó sobresaltado y le contó a su mujer el sueño que acababa de tener. Ella le instó a escribirlo y de ahí salió El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En una cultura que se guía por modelos ideales como la nuestra, el lado amable de nuestra personalidad tiende a hacerse cada vez más amable y a anular otros aspectos. Imaginemos, por ejemplo, a un hombre occidental, un generoso doctor ocupado exclusivamente en el bienestar de los demás. No hay nada desdeñable en esa actitud, por lo demás, moral y éticamente admirable. El cuento de Stevenson nos enseña, pues, a no negar la existencia del contenido del saco porque éste va desarrollando su propia personalidad paralela y cualquier día puede aparecer ante nuestros ojos como si se tratara de otra persona. Si arrojamos al saco la cólera, por ejemplo, es muy probable que el día menos pensado se manifieste ante nosotros asumiendo la figura y los movimientos de un simio.
Todo lo que echamos en esa bolsa regresa e involuciona hacia estadios previos del desarrollo. Supongamos que un joven cierra el saco a los veinte años de edad y no vuelve a abrirlo hasta quince o veinte años más tarde. ¿Qué es lo que ocurrirá entonces cuando abra nuevamente el saco? Lamentablemente, la sexualidad, la violencia, la agresividad, la ira o la libertad que había arrojado al saco habrán sufrido un proceso de regresión y cuando aparezcan de nuevo no sólo asumirán un aspecto rudimentario sino que también mostrarán una manifiesta hostilidad. Es normal que quien abra el saco a los cuarenta y cinco años de edad se atemorice como lo haría quien vislumbrara la amenazadora sombra de un gorila recortándose contra el muro de un oscuro callejón.

La mayor parte de los hombres de nuestra cultura echan en el saco las facetas femeninas de su personalidad. No resulta extraño, pues, que cuando a los treinta y cinco o cuarenta años de edad intentan reestablecer el contacto con su mujer interior descubran que ésta se ha tornado hostil. A su vez, ese mismo hombre percibirá una gran hostilidad procedente de las mujeres con quienes tropiece en su vida cotidiana. En el dominio de lo psicológico existe una regla fundamental: como adentro es afuera. Si una mujer, por ejemplo, desea ser valorada por su feminidad y arroja al saco los aspectos masculinos de su personalidad es muy posible que con el transcurrir de los años descubra una fuerte aversión hacia los hombres y que sus críticas hacia ellos se tornen ásperas e inflexibles. Así, aunque conviva con un hombre hostil que le proporcione una cierta justificación para expresar su hostilidad, una válvula de escape para aliviar su presión, se encontrará no obstante en apuros porque eso no la ayudará a resolver el problema de su propio saco. Mientras esa situación perdure se hallará atrapada en un doble rechazo que origina mucho sufrimiento y se manifiesta tanto en el rechazo hacia sus propios aspectos masculinos como en el rechazo hacia los hombres que encuentre en el exterior.
Así pues, cuando nos negamos a aceptar una parte de nuestra personalidad ésta termina tornándose hostil. Casi podría mos afirmar que es como si se alejara y organizara un motín en contra de nosotros. 
 
¿Cómo descubrir la sombra en la vida cotidiana? Toma asiento.
- En tus sentimientos exagerados respecto de los demás. («¡No puedo creer que hiciera tal cosa!» «¡No comprendo cómo puede llevar esa ropa!»)
· En el feedback negativo de quienes te sirven de espejo. («Es la tercera vez que llegas tarde sin decírmelo.»)
· En aquellas relaciones en las que provocas de continuo el mismo efecto perturbador sobre diferentes personas. («Sam y yo creemos que no has sido sincero con nosotros.»)
· En las acciones impulsivas o inadvertidas. («No quería decir eso.»)
· En aquellas situaciones en las que te sientes humillad@. («Me avergüenza su modo de tratarme.»)
· En los enfados desproporcionados por los errores cometidos por los demás. («¡Nunca hace las cosas a su debido tiempo!» «Realmente no controla para nada su peso.»)
Es frecuente que el encuentro con la sombra tenga lugar en la mitad de la vida, cuando nuestras necesidades y valores más profundos tienden a cambiar el rumbo de nuestra vida determinando incluso, en ocasiones, un giro de ciento ochenta grados y obligándonos a romper nuestros viejos hábitos y a cultivar capacidades latentes hasta ese momento. 
Mucho ánimo, es genial que haya tantas herramientas (¡aplausos!) hoy en día para tunear nuestra mente y cuerpo, desde tomar un café con un buen amigo o con un buen desconocido, a grupos donde compartir, terapias y talleres para casi todo...un boom de posibilidades para afrontar nuestros cambios. 
No estás sol@ y no estás loc@, estás conociéndote




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